Melina Vázquez: «Es un error pensar que los jóvenes siempre están a favor de posiciones progresistas»

La socióloga Melina Vázquez lleva años investigando a las juventudes militantes, especialmente, de derechas, y observó que el activismo de los seguidores de Javier Milei difiere del de los partidarios de la derecha tradicional. «La derecha libertaria es popular, masiva y orgullosa de ser de derecha, y ha logrado conquistar un patrimonio que siempre caracterizó a la izquierda». Ahora, la investigadora ha querido ir más allá y analiza la naturaleza del feminismo liberal junto a Carolina Spataro, en un nuevo libro que verá la luz próximamente.
Por Iñaki Rubio Mendoza
Melina Vázquez es socióloga e investigadora del Centro Nacional de Investigaciones Científicas y Técnicas (CONICET), especializada en estudios sobre juventudes, participación política y movimientos sociales. También ejerce como profesora de sociología en la Universidad de Buenos Aires. Ha escrito varios ensayos y artículos, entre los cuales destaca la publicación Militancias juveniles en la Argentina democrática. Trayectorias, espacios y figuras de activismo (2017). Ha contribuido con capítulos en varios libros, como, por ejemplo, en el texto Está entre nosotros. ¿De dónde sale y hasta dónde puede llegar la derecha que no vimos venir? (2023), coordinado por el sociólogo Pablo Semán.
En los últimos años, se ha centrado en analizar a las juventudes que componen la militancia mileista, acuñando el término mileismo cultural como una «sensibilidad libertaria que trasciende al gobierno y a la propia naturaleza de Javier Milei». Está trabajando en un nuevo libro junto a la investigadora Carolina Spataro, titulado provisoriamente: ¿Existe el feminismo liberal-libertario?, en el que exploran los contornos del llamado feminismo liberal, a través del estudio de las mujeres que militan en él.

―¿Cómo se explica el avance de las derechas en los sectores juveniles de Argentina y, en una escala mayor, del mundo?
―Creo que hay una tendencia de explicar fenómenos globales con argumentos superestructurales y eso puede ser problemático. Como me dedico a la investigación cualitativa, me gusta observar estos hechos desde abajo y diría que hay varios elementos que explican esta situación en Argentina. En primer lugar, tenemos una cultura política de la movilización y la participación muy fuerte, y eso es un contraste comparado con otros países de América Latina. Esto se ha dado porque, durante las últimas décadas, sobre todo, en la etapa kirchnerista, organismos internacionales y estatales impulsaron la participación de los jóvenes, materializándose en reformas como la Ley de Voto Joven o la Ley de Centros de Estudiantes. Que implicó todo un discurso sobre la importancia de la participación juvenil en política y los jóvenes de derecha no están fuera de eso.
En segundo lugar, en América Latina, los ciclos políticos progresistas a menudo van terminando respuestas por el opuesto y esto me parece bastante llamativo. Empecé a reconstruir muchas experiencias de jóvenes libertarios, vinculados a distintas redes, en contextos progresistas como el brasileño, el argentino, el boliviano o el chileno, y observé cómo los gobiernos progresistas también alimentaron una narrativa opositora activa y militante. En Argentina, durante ese ciclo izquierdista, también hubo una transformación del mercado laboral, que trajo falta de trabajo y precariedad. Adicionalmente, a causa de la pandemia y las acciones de aislamiento, el Gobierno impulsó la virtualización de los empleos de algunos, exponiendo y arriesgando a los empleados que no pudieron digitalizar los suyos. Se estableció una brecha entre la casta, los privilegiados, y aquellos que, pese al virus, tuvieron que salir a trabajar. Esta situación comenzó a construir una idea muy opositora hacia el gobierno de Alberto Fernández, que, además, estaba vinculado al kirchnerismo, y el libertarismo supo captar muy bien esa sensibilidad.
―¿Crees que ya no resulta incómodo ser de derechas para los jóvenes?
―El significado de la palabra derecha ha cambiado y resulta un fenómeno sociológico interesante. Ser de derechas casi siempre tuvo una connotación negativa; nadie se animaba a decir abiertamente que era de derecha, sobre todo, en países que tenían tradiciones de gobiernos militares. Ser de derecha era vergonzante y los que lo eran siempre encontraron eufemismos para evitar decirlo. Los proyectos de derecha adoptaron lenguajes de una política despolitizada, eficiente y de gestión, superando, según ellos, el clivaje izquierda-derecha. Ahora, esa derecha vuelve con un significado positivo y orgullosamente politizada, reivindicando la condición de militante en sus espacios políticos. Jóvenes que votaron por primera vez por fuerzas de extrema derecha utilizan la palabra militante, término que otras derechas más lavadas ideológicamente desprecian: hablan de voluntariado, de formas de participación.

Obviamente que siempre hubo derechas, pero esta se convirtió en algo mucho más masivo y con una orientación bastante más popular. Esta deriva es observable tanto en Argentina como en Brasil y también en otras partes del mundo. En Alemania, por ejemplo, en las pasadas elecciones, hubo un amplio porcentaje de voto de jóvenes que optó por la extrema derecha. No obstante, la situación en Europa difiere ligeramente de la de Argentina; son derechas diferentes, aquí no nos referimos necesariamente a agrupaciones filonazis.
―En España, de hecho, los jóvenes varones se han vuelto nostálgicos de la dictadura de Franco y han naturalizado ideas como las que tiene Vox o el franquismo. ¿También sucede lo mismo en Argentina?
―Hay muchas diferencias entre los grupos organizados dentro del mileismo. Algunos son más conservadores, otros más liberales, también hay libertarios, es un conglomerado grande, heterogéneo y sus agendas son diferentes. Sin embargo, es un hecho que la manera de volver a pensar en el pasado reciente está encontrando otros términos entre jóvenes nacidos y criados en democracia. Y esto no sucede únicamente por parte de familiares de criminales de guerra; son chicos mayoritariamente sin lazos de sangre con personas vinculadas activamente a la última dictadura militar y eso es muy singular.
A lo largo de estos 40 años de democracia, hubo algunas conquistas muy significativas, mojones que fueron confeccionando cómo pensar el pasado. El kirchnerismo tomó parte en los debates sobre el pasado reciente y dieron un espacio de mucho reconocimiento a los organismos de derechos humanos. Por lo tanto, en esa revitalización de los derechos humanos, esos jóvenes encuentran una manera de atacar al kirchnerismo a través de esa agenda, reclamando la denominada «memoria completa» que sostiene la derecha libertaria. Muchos jóvenes se preguntan qué pasó con la otra parte de la historia, denuncian que solo les enseñaron una y acusan al kirchnerismo de adoctrinamiento en las aulas. El pasado reciente se convirtió en uno de los elementos más importantes de la batalla cultural, junto a la agenda de feminismos y de géneros; son políticas de Estado.


―Existen países en los que la tendencia es contraria. Por ejemplo, en Uruguay, donde el 60% de la juventud votó a la izquierda en las pasadas elecciones. ¿Es una excepción?
―Las juventudes también votaron al kirchnerismo en otras ocasiones, pero los tiempos cambian. Es un gran error, también periodístico y académico, pensar que los jóvenes siempre están a favor de posiciones progresistas. El presente y la historiografía del pasado nos invitan a pensar que esto no siempre ha sido necesariamente así y que las juventudes también son hijas de su época. A veces, pueden ser la trova de procesos de cambio social. Creo que acá hubo un proceso de derechización más amplio, pero no opino que los jóvenes de ahora sean todos de derechas y me cuesta creer que Milei ganó porque los jóvenes se hicieron de derecha. Además, supongo que muchos jóvenes tenían la sensación de haber vivido toda la vida con el kirchnerismo y anhelaban un cambio que estaba asociado con la derecha. Para muchos, representó una forma de esperanza.
―¿Cuáles son las cuestiones que más interpelan y/o movilizan a los jóvenes simpatizantes de esta nueva derecha?
―La sensibilidad libertaria tiene una agenda —y digo sensibilidad porque el libertarismo va más allá de Milei— que consiste en la celebración del mercado, en una crítica al Estado, a los que «viven» de él y a la corrupción. Reprueban la agenda de la transparencia y el empleo público de, según ellos, un Estado grande y oneroso. La campaña que Milei llevó a cabo también movilizó a la gente: la idea de la motosierra y lo que eso simbolizaba. No obstante, todo tiene sus límites; lo que haces en campaña o en las calles puede resultar simpático y gracioso, pero, cuando empiezas a tocar ciertas cosas que afectan a tus militantes, hay límites. Como, por ejemplo, el aumento de las jubilaciones en 15.000 pesos y el cuestionamiento y financiación de la educación pública.
Esa idea trumpista de hacer América grande otra vez está muy presente en Argentina, pero, a diferencia de otros países de América Latina, ese imaginario se construyó sobre la base de una educación y servicios de salud públicos y gratuitos. Una cosa es reivindicar la motosierra y otra cosa es pensar que la universidad deje de tener el carácter público y de calidad que atendió históricamente a la Argentina. En cuanto a las jubilaciones, bueno, ¿quién podría estar a favor de recortar a los jubilados? Entonces, esa agenda de pensar un Estado menos intervencionista sería uno de los factores principales que moviliza a este sector, pero, en cuanto a las facetas más ideológicas, el pasado reciente y la agenda de género son cuestiones que también interpelan a estos jóvenes; ven que es una manera de pegarle al progresismo. También lo hace el feminismo, de hecho, hay mucho chiste con la idea de que el Estado se hizo oneroso porque hubo Ministerio de Mujeres. Esa narrativa también está presente en otros países, como en España con Vox; que se le atribuyen gastos excesivos al Estado en áreas que, según ellos, no son significativas para la administración. Yo ahí solo leo batalla cultural y no el ajuste en el sentido de la motosierra.
Sin embargo, la transformación del Estado que está llevando a cabo marca un cambio de paradigma. No sé dónde termina ni en que se convierte, pero son transformaciones materiales, simbólicas y culturales muy grandes que me hacen pensar que todo esto va más allá de Milei.

―¿Qué hace distinta a la militancia mileista de otras experiencias políticas juveniles? ¿Cuáles son las características de esta forma de militar del mileismo?
―Se parecen bastante, la anatomía del activismo es compartida. También depende un poco de las trayectorias y los momentos en los que comienzan a militar. Por ejemplo, los que entraron antes de la pandemia vienen más de los circuitos liberales, donde participaban en fundaciones, usinas y think tanks. Era un tipo de militancia menos excéntrica; de hecho, para esos liberales, Milei era algo loco. Los que entraron en la pandemia aprendieron a hacer uso de las calles y entendieron que también era un lugar de disputa y de construcción de una representación política. Este fenómeno ya venía sucediendo en América Latina, pienso en Bolivia, en Brasil. Las derechas empezaron a hacer uso de las calles para movilizarse y la escena de la masividad surgió como una forma de deconstrucción de su representación política.
Además, debido a las restricciones de la pandemia, el activismo se virtualizó, algo que fue difícil de sostener para muchos grupos de jóvenes, ya que el activismo juvenil tiene una base en encontrarse, en socializar. En este contexto, los jóvenes libertarios salieron a las calles con una narrativa disruptiva, rebelde y de oposición. No eran muchos, pero todo el mundo estaba en casa, entonces, tuvieron una visibilidad pública que, en otro tiempo, tal vez, no hubieran tenido.
Milei también realizaba eventos, como, por ejemplo, cuando festejó su cumpleaños en una plaza dando clases de economía, predicaba nociones de economía y muchos jóvenes sintieron que Milei los ilustró; les dio conocimiento, sobre todo, en materia económica, en un país donde los problemas económicos son la repetición. No tengo claro cuánto entendían esos conceptos, pero eran eventos muy llamativos. Yo fui a muchos de los actos políticos de Milei del 2020 a esta parte y era impresionante escucharlo: él iba con su libro, con una gestualidad de profesor, a hacer un acto político y hablar sobre términos económicos. De hecho, la circulación de libros y los encuentros de lectura son muy importantes para difundir su ideario; aquellos encuentros liberales donde, antes, se reunían en pequeñas bibliotecas empezaron a masificarse y, hoy en día, las fundaciones liberales tienen una cantidad de activistas que nunca tuvieron. Yo estuve en algunas presentaciones de libros donde jóvenes hacían cola. Utilizan la demostración de masas y ponen en escena lo masivo, algo que, hasta el momento, había sido patrimonio de la izquierda.
Paralelamente, surgió una idea de subestimar moralmente a las personas que acudían a esos actos. Se dijo que eran virgos, incels, una narrativa a la que yo no adhiero políticamente; yo no apelaría a esos elementos para discutir de política. Se los tomaba por tontos, de que no sabían nada, y ellos, a su manera, buscaban formarse. Se los subestimó. La semana pasada, sin ir más lejos, estuve en un evento de mujeres de la UCEMA, una típica usina liberal. Milei fue a dar charlas ahí y muchos de sus referentes políticos, como Rubén Gisbert o Diana Mondino, participan también en el circuito. En ese evento, había 25 chicas de entre 19 y 23 años que estudiaban economía y relaciones internacionales, conversando con Diana Mondino sobre las mujeres que buscan un lugar en el liberalismo. Para ellas, al liberalismo le faltan mujeres, está lleno de varones y les pasa lo mismo que a nosotras en otros espacios políticos; sufren todas esas prácticas machirulas. Tienen un hilo común con otras mujeres. Algunas, incluso, se llaman feministas liberales.
Fuente:
https://latinta.com.ar/2025/04/16/melina-vazquez-jovenes-posiciones-progresistas/