LA JUSTIFICACIÓN VERGONZANTE DE LA DICTADURA

Por Alejandro Olmos Gaona
Es muy difícil después de más de cuarenta años debatir sobre los crímenes de la dictadura cívico-militar, porque las pruebas de las atrocidades son tan irrefutables, que no existe manera de impugnarlas. Pero como eso no se puede hacer se recurre como lo hace el gobierno a mostrar lo que hicieron las organizaciones guerrilleras desde 1970 en adelante, como si los atentados, los asesinatos que se cometieron, los robos y secuestros pudieran equipararse a lo vivido en la Argentina desde el gobierno de Isabel Perón hasta por los menos fines de 1982. Se pretende una simetría de hechos que no tienen comparación alguna, y también se olvida, que los mayores responsables de muchos de los hechos cometidos por las organizaciones armadas, fueron materia de enjuiciamiento y condena.
Como no se tiene manera de justificar el plan aberrante de exterminio debidamente planificado por las más alta autoridades del Estado a partir de 1976, se utilizan de manera obsesiva los actos cometidos por los guerrilleros, como si los mismos pudieran justificar los ocurrido con los miles de desaparecidos, aunque esto también es materia de una macabra contabilidad para cuestionar que eran menos, y discurrir sobre cifras menores como lo hace el sujeto Agustín Laje, uno de los tantos obsecuentes del actual gobierno. Y este personaje, supuestamente tan memorioso que habla de que la represión no comenzó en 1976, cosa que es cierto, y va más atrás, parece que no recuerda que el 16 de junio de 1955, aviones de la marina descargaron toneladas de bombas en la Plaza de mayo matando a 300 personas. Que, en 1956, además de fusilar contra todo derecho a jefes militares que se habían alzado contra el gobierno, también masacraron a civiles en un basural de José León Suarez, y así podríamos seguir recordando. muchos hechos del pasado que no creo deban ser materia de orgullo en las fuerzas armadas, aunque muchos parecen haber perdido la memoria, y creen que es mejor no acordarse.
El ex presidente Alfonsín ordenó el enjuiciamiento de las cupulas de las organizaciones armadas y otros, que fueron debidamente juzgados y condenados. Pero tiempo después el "mejor presidente" el admirado por Milei Carlos Menem, emitió varios decretos indultando a los condenados. Fue así que a través del Decreto 1003/89 fueron indultados, Firmenich, Perdía, Vaca Narvaja, Magario y otros y zafaron de la condena. En lo que hace a los asesinos del capitán Viola, de lo que tanto se habla en estos días la Justicia condenó por los homicidios del capitán Viola, a reclusión perpetua a Paz, Emperador, Núñez y Vivanco a finales del año 1976, y a Carrizo a fines del año 1982.
Paz, Carrizo, Emperador y Núñez estuvieron detenidos a disposición del Poder Ejecutivo hasta que esa orden fue dejada sin efecto por el decreto secreto 382 del 17 de febrero
de 1983, por lo cual existe responsabilidad en el gobierno que indultó a aquellas personas que fueron indultadas en su momento.
Como siempre insisto, sería bueno que muchos que coinciden con el gobierno en estos temas, vean la declaración hecha por el Tte. general Alejandro Lanusse en el juicio a las juntas militares, persona insospechable de ser zurdo, y lean el testimonio de Jorge Luis Borges, cuya elocuencia me exime de todo comentario: "
"He asistido, por primera y última vez, a un juicio oral. Un juicio oral a un hombre que había sufrido unos cuatro años de prisión, de azotes, de vejámenes y de cotidiana tortura. Yo esperaba oír quejas, denuestos y la indignación de la carne humana interminablemente sometida a ese milagro atroz que es el dolor físico. Ocurrió algo distinto. Ocurrió algo peor. El réprobo había entrado enteramente en la rutina de su infierno. Hablaba con simplicidad, casi con indiferencia, de la picana eléctrica, de la represión, de la logística, de los turnos, del calabozo, de las esposas y de los grillos. También de la capucha. No había odio en su voz. Bajo el suplicio, había delatado a sus camaradas; éstos lo acompañarían después y le dirían que no se hiciera mala sangre, porque al cabo de unas "sesiones" cualquier hombre declara cualquier cosa. Ante el fiscal y ante nosotros, enumeraba con valentía y con precisión los castigos corporales que fueron su pan nuestro de cada día.
Doscientas personas lo oíamos, pero sentí que estaba en la cárcel. Lo más terrible de una cárcel es que quienes entraron en ella no pueden salir nunca. De éste o del otro lado de los barrotes siguen estando presos. El encarcelado y el carcelero acaban por ser uno.
Stevenson creía que la crueldad es el pecado capital; ejercerlo o sufrirlo es alcanzar una suerte de horrible insensibilidad o inocencia. Los réprobos se confunden con sus demonios, el mártir con el que ha encendido la pira. La cárcel es, de hecho, infinita.
De las muchas cosas que oí esa tarde y que espero olvidar, referiré la que más me marcó, para librarme de ella. Ocurrió un 24 de diciembre. Llevaron a todos los presos a una sala donde no habían estado nunca. No sin algún asombro vieron una larga mesa tendida. Vieron manteles, platos de porcelana, cubiertos y botellas de vino. Después llegaron los manjares (repito las palabras del huésped). Era la cena de Nochebuena. Habían sido torturados y no ignoraban que los torturarían al día siguiente. Apareció el Señor de ese Infierno y les deseó Feliz Navidad. No era una burla, no era una manifestación de cinismo, no era un remordimiento. Era, como ya dije, una suerte de inocencia del mal. ¿Qué pensar de todo esto? Yo, personalmente, descreo del libre albedrío. Descreo de castigos y de premios. Descreo del infierno y del cielo. Almafuerte escribió: "Somos los anunciados, los previstos, / si hay un Dios, si hay un punto Omnisapiente; / ¡y antes de ser, ya son, en esa mente, los Judas, ¡los Pilatos y los Cristos!
Sin embargo, no juzgar y no condenar el crimen sería fomentar la impunidad y convertirse, de algún modo, en su cómplice. Es de curiosa observación que los militares, que abolieron el Código Civil y prefirieron el secuestro, la tortura y la ejecución clandestina al ejercicio público de la ley, quieran acogerse ahora a los beneficios de esa antigualla y busquen buenos defensores. No menos admirable es que haya abogados que, desinteresadamente sin duda, se dediquen a resguardar de todo peligro a sus negadores de ayer."