MARIANO ROSAS
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Por Estela Casado y Mirtha Susana Rodríguez
Hoy vamos a hablar de un cacique perteneciente a los Ranküllche o ranqueles que fueron los señores de la tierra en el centro de la actual provincia de La Pampa, esta etnia tuvo tres asentamientos distintivos ubicados en los siguientes parajes: Leubucó, Poitagüe y El Cuero. Se conformaba también con el aporte de distintos grupos como los tehuelches septentrionales (querandíes), pehuenches "araucanizados" y huilliches.
El linaje al que pertenecía este cacique era uno de los más importantes, el de los Güor, cuyo significado es "los zorros", que se ubicaron en Leubucó (que significa manantial que corre). Estamos refiriéndonos a Panguitruz Guor, en idioma ranquel significa"Zorro cazador de pumas" pero fue conocido como Mariano Rosas (porque así fue re- bautizado por los cristianos), era el segundo hijo de Painé Guor. Asume el cacicazgo en 1858, el sucesor natural hubiera sido su hermano -Calvaiñ- que muere en una cacería tiempo antes.
Fue uno de los caciques más formidable de los ranqueles, que tuvo a mal traer al ejército nacional y que va a morir libre por viruela. Muy joven fue secuestrado por Yanquelén, un enemigo de su padre y entregado a Rosas. Protagonista de una historia singular, aunque digna de aquellos tiempos.
A partir de entonces paso 5 largos años en una estancia del brigadier general, en donde este lo hace su ahijado, recibiendo el nombre que antes mencioné: Mariano Rosas. A Todos los indígenas los llamaban con nombres castellanos, pero en este caso fue diferente porque le imponen el nombre del Restaurador de las leyes, una religión, una civilización que está en guerra con su pueblo. Esa imposición del nombre es mucho más que un bautismo, fue para la interpretación de los Machis como una especie de maldición y eso, le impidió regresar a tierras cristianas porque si lo hacía, le podía pasar algo indecible, todos los caciques salían a "malonear", en su caso no. Llegaba con los lanceros hasta un punto y ahí clavaba la lanza y no avanzaba, lejos de verlo como un cobarde sus pares lo consideraban un valiente porque cargaba con esa maldición.
Aprende el castellano y seguramente muchos secretos de los winkas. Hasta que una noche, junto con otros compañeros de cautiverio, emprende la huida, atraviesa las pampas y llega a su Leubucó natal, de donde nunca más saldría por lo que mencionamos y seguramente, el temor de volver a caer prisionero.
Ser hijo de Painé, su propia historia personal, su valentía y el aprendizaje de muchas cosas del mundo de los blancos hicieron de él un gran cacique que condujo a sus hombres de manera firme. Políticamente -como todos los grandes caciques- mantuvo en pie la defensa de sus territorios y la cultura de sus comunidades. Llevó adelante una estrategia de negociación permanente reflejada en sus cartas y en sus diálogos con los enviados del gobierno, los jefes de frontera y los sacerdotes que actuaban como intermediarios de ambos mundos.
Lucio V. Mansilla es un personaje crucial en la historia que estamos relatando. Hijo de la hermana menor de Juan Manuel Rosas tuvo un perfil múltiple y diverso, característico de muchos hombres de aquellas épocas: viajero, militar, periodista, diplomático, escritor pero, básicamente un navegante de muchos mundos. En 1870 bajo la presidencia de Sarmiento, el entonces coronel Mansilla era el comandante de fronteras del sur de Córdoba, fue instruido por el gobierno nacional para ratificar -antes de ser elevado para aprobación en el Congreso- un tratado que había sido celebrado con Mariano. Para apresurar las gestiones toma la decisión de internarse en las pampas e ir personalmente al encuentro del máximo cacique de los ranqueles.
El viaje lo realiza con una mínima escolta integrada por 18 personas entre los que había dos frailes y una asistente, Carmen, una joven ranquel de 25 años enviada por Mariano Rosas para que le hiciera las veces de lenguaraz. Carmen no sólo resultó una excelente asistente, sino una confidente de Mansilla, una auténtica mujer-puente que el cacique le había enviado para facilitar su misión y el posterior encuentro de ambos.
El viaje no duró más de 20 días, pero fueron suficientes como para conmover de tal modo a Mansilla, que terminó escribiendo un libro clásico: Una excursión a los indios ranqueles. Mansilla hace un viaje que va mucho más allá del encuentro con Mariano y sus caciques. Como en todo camino iniciático, se desliza en forma irremediable al interior de sí mismo, a sus lugares recónditos, a su corazón, sus sueños, fantasías, a su idea de vida que es trastocada profundamente por el contacto tan estrecho, vívido y contundente con el mundo indígena.
El libro es una excepcional pintura sobre la vida en las tolderías ranqueles, el pensamiento de sus caciques, de sus ancianos, artistas y por supuesto sobre cómo ellos se veían a sí mismos y a los cristianos, y qué era lo que esperaban de un mundo que tal vez, pudiera construirse entre todos.
Hay palabras de los caciques, testimonios, crónicas invalorables de lo que hoy también podríamos definir como un verdadero trabajo de campo en pleno siglo XIX. Sin dejar de tener en cuenta que ello, únicamente pudo ser posible, no solo por el talento literario de Mansilla, sino, y sobre todo, por la apertura de los ranqueles y el encuentro humano que se dio entre ambas partes.
Cuando finalicemos las historias de los 4 lonkos, vamos a relatar las cartas, como corolario, para que todos podamos comprender que en definitiva estos pueblos tenían, tal como lo hemos citado anteriormente, la mejor predisposición para convivir en paz.
Cuando muere Mariano en 1878 ya los ranqueles estaban bastante débiles y con menor capacidad de negociación.
El tratado de paz firmado poco después de la fecha de su muerte, revela que los indígenas ya no estaban negociando, prácticamente estaban rindiéndose incondicionalmente.
El Coronel Eduardo Racedo -lugarteniente de Roca- llega a Leuvucó a desenterrar el cadáver de Mariano (ya dijimos que en sus ratos libres era coleccionista de cráneos que los vendía al mejor postor, especialmente alemanes).
Una cautiva sirvió de vaqueano para encontrar su tumba. El cuerpo estaba envuelto en 7 mantas y en la frente 7 pañuelos puestos, según dicen las crónicas, por mano de cada una de sus 7 mujeres. La cabeza reposaba en el recado con cabezadas y un estribo de plata. Su espada a lo largo del cuerpo y cerca del hombro una damajuana de agua. Fue enterrado con sus 3 mejores caballos. Cuando se descubrió el cadáver se comprobó que estaba perfectamente momificado, piel negra pegada a los huesos de cabeza a los pies. Tenía todo su cabello y hasta pelos en su barba. Desde el punto de vista científico muy valorado y tampoco tenía mal olor.
Este estado de momia puede atribuirse pura y simplemente a las calidades silícicas del suelo donde había sido enterrado.
Sus restos que, como otros tantos terminaron expuestos en el museo de La Plata, fueron restituidos en el 2001 tras la movilización de la comunidad ranquel.
El enterratorio ubicado en el paraje de Leubucó a unos 25 km. de Victorica es una pirámide de 4 caras orientadas según los puntos cardinales: Al Este se observa la dinastía de los zorros, al norte de Carrupilum y Yanquetruz, al sur el linaje de los tigres (de Ramón Cabral Platero) y al oeste el linaje de los patos representado por Pichún Hualá.
El cráneo estaba ubicado al este.
También desde el punto de vista de la cosmogonía de este pueblo, representa un camino hacia la luz, porque cuando muere la persona está dejando el cuerpo, porque su espíritu asciende.
Una reseña que se hace del libro de Claudia Salomón Tarquini, autora de "Largas noches en La Pampa" - Itinerarios y resistencias de la población indígena (1878-1976), en donde se considera que la principal contribución de esta obra, es su gran potencial para dar cuenta de una parte más, de la historia latinoamericana construida sobre la base de múltiples relaciones raciales, tejidas en torno a diversos actores subalternizados.
Entre los mismos, el indígena fue víctima de uno de los etnocidios más profundos; tal como afirma el antropólogo Eduardo Menéndez:
El racismo no es sólo una cuestión de "segregar negros u odiar judíos" sino además, abarca todas aquellas formas de relaciones sociales y culturales que implican negación, discriminación, subordinación, compulsión, violencia simbólica y explotación de miles de "otros" cosificados, negados en su condición natural de personas, de iguales.
Precisamente, en Largas noches en La Pampa, su autora muestra tales tribulaciones padecidas y da cuenta de cómo dicho racismo ha sido vivenciado durante casi una centuria, por las poblaciones indígenas del territorio pampeano.
Se trata de un relato de luchas, posesiones territoriales, reclamos no escuchados e invisibilizaciones. Por lo tanto, este libro permite mantener viva nuestra memoria histórica sobre quiénes han sido siempre los verdaderos dueños de las tierras.
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