LOS DERECHOS HUMANOS EN ARGENTINA CONTRA DEL NEGACIONISMO

ARGENTINA SE HA POSICIONADO COMO UN REFERENTE EN LA DEFENSA Y PROMOCIÓN DE LOS DERECHOS HUMANOS A NIVEL GLOBAL.
Por Juan A. Frey
Este camino, forjado a partir del dolor y la resistencia, ha permitido consolidar un compromiso social con la memoria, la verdad y la justicia. La tradición de lucha por los derechos humanos en Argentina no solo se limita a los eventos posteriores a la dictadura de 1976-1983. Ya en las primeras décadas del siglo XX, el país enfrentaba desafíos relacionados con la represión estatal y los derechos laborales, como los trágicos episodios de la Semana Trágica (1919) y la Patagonia Rebelde (1921-1922), que evidenciaron patrones de violencia institucional.
Ampliando los aspectos clave de esta lucha y analizando sus dimensiones históricas, sociales, legales y políticas, la última dictadura cívico-militar de Argentina dejó un saldo trágico de aproximadamente 30,000 personas desaparecidas, miles de detenidos, torturados y exiliados, y la apropiación de niños nacidos en cautiverio. Estos crímenes de lesa humanidad marcaron a fuego a la sociedad argentina y demandaron una respuesta integral en la era democrática.
En 1983, con el regreso a la democracia, se estableció la Comisión Nacional sobre la Desaparición de Personas (CONADEP) y se publicó el informe Nunca Más, que documentó en detalle las atrocidades del régimen militar. Este informe se convirtió en un símbolo del compromiso con la verdad y la justicia. Aunque los Juicios a las Juntas en 1985 sentaron un precedente histórico, las leyes de Punto Final y Obediencia
Debida en los años posteriores se interrumpieron los procesos judiciales. Fue recién en 2003, con la anulación de dichas leyes, que se reactivaron los juicios por crímenes de lesa humanidad, marcando un punto de inflexión. Desde entonces, más de mil represores han sido condenados, una cifra que refleja el esfuerzo por erradicar la impunidad. El marco jurídico argentino, basado en la imprescriptibilidad de los crímenes de lesa humanidad, ha permitido que estos procesos continúen, consolidando un mensaje claro: no hay lugar para el olvido.
Un aspecto crucial de esta lucha ha sido la transmisión intergeneracional de la memoria histórica. En este sentido, las escuelas juegan un rol vital al incluir contenidos sobre derechos humanos en los programas educativos. Actividades como las visitas al Espacio Memoria y Derechos Humanos (ex-ESMA) buscan sensibilizar a los jóvenes y garantizar que el pasado no se repita. Organizaciones como Madres y Abuelas de Plaza de Mayo no solo han liderado la búsqueda de justicia, sino que también han promovido iniciativas para la restitución de identidades. Hasta la fecha, se han recuperado más de 130 nietos, resultado del trabajo conjunto entre estas organizaciones, el Banco Nacional de Datos Genéticos y la justicia.
El fortalecimiento de la sociedad civil también se manifiesta en actos masivos, como las marchas del 24 de marzo. Estas movilizaciones reafirman el compromiso colectivo con la memoria y la resistencia al negacionismo, promovido por sectores que buscan reconfigurar maliciosamente narrativas históricas, el negacionismo distorsiona las violaciones de derechos humanos y pone en peligro los consensos alcanzados. El actual gobierno y las redes sociales han potenciado la difusión de discursos negacionistas, lo que promueve la necesidad de herramientas legales y comunicacionales para enfrentarlos.
En 2020, por ejemplo, el Congreso Nacional debatió la penalización del negacionismo como forma de garantizar el respeto por la memoria histórica.
La defensa de los derechos humanos en Argentina es un proceso dinámico y continuo, que enfrenta múltiples desafíos, pero también recoge importantes logros. La memoria colectiva se ha transformado en un bastión contra el olvido y en un pilar para consolidar un estado de derecho pleno, inclusivo y respetuoso. Con cada juicio y con cada acto de memoria, Argentina refuerza su compromiso con los valores fundamentales de justicia y dignidad. Enfrentar al negacionismo es, en última instancia, un acto de resistencia, pero también de esperanza en un futuro donde las heridas del pasado no sean relegadas al olvido.
