MATAR LA VERDAD

09.01.2025

Matar la verdad con el objetivo de convertir a la gente, a los usuarios, a nosotros, en consumidores consumidos  

Por Carlos Del Frade

Me gustaría compartir con ustedes algunos apuntes del principio de este 2025 donde nos marca claramente que el poder de las grandes empresas multinacionales no solamente influyen en la concentración de riquezas en pocas manos, sino, en la pauperización intelectual, en generar que nuestras cabezas sean cada vez menos de nosotros y sean cada vez más, puestas al servicio de lo ajeno, de los intereses minoritarios que después se expresan políticamente.

La información de principios de enero, es que la empresa tecnológica Meta puso fin a su programa de verificación de datos en EE.UU, según lo anunció su fundador y director ejecutivo, Mark Zuckerberg días después de hacer las paces con Donald Trump. La idea es que ya no haya ninguna diferencia entre verdad y mentira, lo cual marca el desprecio absoluto por lo que significa generar información, no solamente sin chequear la fuente, sino con el objetivo más de manipular a los receptores, que demostrar algo que este verificado en la realidad.

Esto de alguna manera termina generando la muerte de la verdad. En el año 2016 el diccionario de Oxford por primera vez, incluyo dentro de las palabras de su vocabulario nada más y nada menos que a la palabra, posverdad, poniendo ya en duda y de una manera fronteriza una especie de equivalencia entre verdad y mentira.

Con esta decisión, este grupo empresarial que es además, de una de las grandes multinacionales generadoras de datos -esto que se llama dataísmo- y que llega al celular de cada uno de nosotros para que no haya ningún tipo de verificación para ver si lo que se difunde, es verdad o mentira, es lisa y llanamente, matar la verdad con el objetivo de convertir a la gente, a los usuarios, a nosotros, en consumidores consumidos y al mismo tiempo, establecer una relación de dependencia con quien provee esos datos que después lo va a llevar a generar una respuesta política, como algunos filósofos hablan de una psicopolítica, es decir, pronosticar los movimientos políticos a través de la información que consume cada persona, cosa que hace a través de los algoritmos.

Esto tiene una incidencia directa en lo que hacemos todos los días y en lo que juzgamos como lo que está bien o está mal de acuerdo a quienes nos gobiernan. Generalmente termina produciéndose la idea de un gran rencor con quienes tenemos al lado y, un gran conformismo y resignación con quienes están arriba y que manejan nuestros destinos.

Alguna vez en Argentina, hubo una observación muy importante que hizo Naciones Unidas a través de su organismo vinculado a la cultura y la educación que es la UNESCO, que establecía que a principios de la democracia allá por 1985 cada argentina y cada argentino manejaba como promedio 8.000 palabras cada uno.

Treinta años después, allá por el año 2005, la cuestión se complicó porque se empezaban a usar solamente 800 palabras, es decir el 10%. Un 90% de saqueo de palabras propias y, a menos palabras propias, menos pensamiento propio, menos criterio para decir porqué sí, a determinada cosa, y para decir fundamentos para oponernos a otros proyectos.

Una cabeza subordinada

Esta liquidación del pensamiento propio a través de la eliminación de las palabras propias generó una cabeza subordinada, por eso siempre decimos que es muy difícil hablar de soberanía política, soberanía económica y soberanía ambiental sino somos capaces de producir soberanía de la cabeza, es decir palabras propias para recuperar nuestra cabeza más allá de estos juegos cada vez más brutales, más tendenciosos en donde una de las principales empresas que está metida en nuestra vida cotidiana, -Meta- ya da por muerta a la verdad, con lo cual, los datos que nos van a llegar tienen más que ver con los intereses de quienes manejan la empresa y no, de acuerdo a la necesidad informativa que nosotros podemos tener.

Por eso más que nunca hay que intentar recuperar nuestra cabeza. Soberanía de la cabeza para que alguna vez democratizar la felicidad.