LAS MUJERES DE LA PATRIA

08.03.2025

Por Alejandro Olmos Gaona

El dia de la mujer me trae a la memoria, a aquellos hombres, que desafiando distancias, condiciones adversas, conflictos políticos en sus provincias y superando carencia de recursos declararon la independencia de España y de toda dominación extranjera. Esa decisión impulsada desde Cuyo por el Gral. San Martín fue un instrumento más en la larga lucha por la emancipación, que culminó recién en 1824, con la batalla de Ayacucho, que puso fin al dominio español en América.

La historia académica, y aun la que transita por andariveles menos convencionales, también ha destacado la presencia de esos hombres, y de los militares que en feroces combates, lucharon para salir del dominio colonial y tener soberanía sobre nuestras tierras, relegando a un plano secundario a mujeres que fueron parte decisiva de esa lucha, no como acompañantes de sus maridos, sino como participantes activas de todo un proceso que quiso darnos una Nación independiente, y que hoy se ve frustrado por tantas claudicaciones, por tantas renuncias, por tantos sometimientos inaceptables.

Es por esa razón, que sin dejar de honrar a los hombres del pasado, quiero recordar en estos días, a esas mujeres luchadoras, a esas madres de la patria, a quienes poco se recuerda, y solo se las nombra en ocasión de algún festejo, o de un homenaje circunstancial como se hizo con Juana Azurduy hace años.

La historia ha recogido nombres: Manuela Pedraza, Martina Céspedes, Macacha Güemes, Pancha Hernández, la célebre Mariquita Sánchez de Thompson, la nombrada Juana Azurduy y algunas otras, pero en ningún caso se les dio el valor fundamental que tuvieron sus vidas, que siempre situaban a la zaga de sus hombres, en un plano menor.

Quiero recordar como un símbolo de todas ellas, a la más desconocida, a una mujer heroica, que dio todo, hasta la sangre de sus hijos en esas luchas que están en el olvido, y solo forman parte de algunos acartonados recuerdos escolares, y que los libros de historia no registran.

En el diario "La Prensa" del 8 de mayo de 1932, el eminente historiador Carlos Ibarguren rescatándola del olvido escribió: "En la recova de la plaza de la Victoria o en el atrio de San Francisco, de San Ignacio o de Santo Domingo, veíase arrebujada en un manto de bayetón oscuro a una vieja mendiga, conocida en el barrio con el apodo de La Capitana. Su figura era familiar a los vecinos: encorvada y magra, diríase la imagen mísera de la senectud, con su tez terrosa y arrugada, su boca hundida sin dientes y sus ojos empañados. Con voz débil ofrecía en venta pasteles, tortas fritas o fruta que llevaba en una batea. A veces imploraba por el amor de Dios una limosna. Vivía en un rancho de las afueras donde empezaban las quintas. Aterida de frio en invierno, chapaleando barro bajo la lluvia o sofocada por el sol de enero, recorría el mismo trayecto cotidiano en procura de su pan. Era cliente de los conventos, donde comía las sobras y los desperdicios que le daban. "Hoy –exclamaba a veces. Ya no hay patria, no se pelea por ella como antes" Y mostraba cicatrices en los brazos y en las piernas de heridas que decía haber recibido en la guerra de la independencia. Las gentes escuchaban sus relatos y sonreían compasivamente, la creían delirante por la vejez y la miseria. Un día el General Viamonte la reconoció: Si, es ella La Capitana, la madre de la patria, la misma que nos acompañó al Alto Perú dijo al percibirla. Al acercarse a la pordiosera le preguntó su nombre. La pobre anciana, que varias veces había golpeado la puerta del general sin poder verle, despedida por su criados le contó su desvalimiento" Hasta aquí Ibarguren.

Se llamaba María de los Remedios del Valle, era afrodescendiente y nació allá por 1770. Estuvo en las invasiones inglesas defendiendo la ciudad en el Tercio de Andaluces y se incorporó al Ejército del Norte el 6 de julio de 1810, acompañando a su marido e hijos que morirían en la campaña. Estuvo en muchos combates y después de la batalla de Tucumán el Gral. Belgrano la nombró capitana de su ejército, siendo la única mujer a la que permitió seguir en las filas de sus tropas. Estuvo en la Batalla de Salta, en Desaguadero, en las derrotas de Vicapugio y Ayohuma combatiendo, donde fue herida y tomada prisionera por los españoles, quienes la llenaron de azotes durante más de una semana, marcando su cuerpo de cicatrices que conservaría de por vida.

Se escapó de las fuerzas españolas y volvió a las fuerzas patriotas, siguiendo al general Martín Güemes y a las tropas del general Álvarez de Arenales, donde luchó con denuedo, y ayudando a los heridos que recurrían a su auxilio, yendo de un lado al otro y multiplicándose de todas las maneras posibles.

Sola y abandonada de todos, y ya sin familia volvió a Buenos Aires, donde el Gral. Viamonte la reconoció en 1827, y se ocupó de sacarla de la pobreza, haciendo diversas gestiones, que tardaron años. Solo se trataba de darle una retribución justa.

Siempre los esfuerzos chocaron con la oposición de la Junta de Representantes, que pedían documentos y certificaciones inexistentes, y diputados que se oponían, alegando la necesidad de trámites burocráticos indispensables. Como es habitual, la comodidad de los cargos bien remunerados, insensibiliza sobre las necesidades ajenas y había excusas para no reconocer sus merecimientos o para dilatarlos. Finalmente y después de muchos debates, la insistencia de Gral. Viamonte y los diputados Anchorena, Silveyra y Lagos, consiguieron que el 21 de noviembre de 1829 fuera ascendida a sargento mayor de caballería, siendo incluida en el cuerpo de inválidos.

Juan Manuel de Rosas, por decreto de 16 de abril de 1835 la destinó a la plana mayor activa aumentándole considerablemente la pensión, lo que la hizo salir de la miseria, figurando a partir de ese momento hasta su muerte en 1847, como Remedios Rosas en agradecimiento al gobernador.

María de los Remedios del Valle era parda; no tenía fortuna ni familia, no pertenecía a los círculos encumbrados de Buenos Aires, como otras mujeres célebres, pero que no se jugaron la vida, ni perdieron a sus hijos en combate como ella. Solo se tuvo a sí misma, a su valor, a su integridad, a ese sentimiento visceral de darlo todo sin esperar recompensas. Es el símbolo de una Nación que no existe y que debemos rescatar; de una lucha que no debe ser abandonada para recuperar esos valores por los que tantos dieron su vida y su fortuna. Es el ejemplo del valor de una mujer que tuvo el convencimiento profundo que solo se tiene patria si se pelea por ella. Y simbolizo en ella a miles de mujeres que hasta dejaron su vida en la lucha por sus derechos.